martes, 27 de abril de 2010

Femicidio: El orgullo nefasto del macho colombiano.

Feminicidio o femicidio: Asesinato de una mujer en su razón de su condición de ser mujer.

Hay ciertas cosas que me hacen avergonzar y apenar profundamente de mi especie y sobre todo de mi género. La violencia contra la mujer y el femicidio son algunas de ellas. Me parece inaudito que se pisotee la dignidad del sexo femenino de la forma como lo han demostrado los hechos y las cifras.

Me produce un claro malestar y encono el enterarme entre las noticias como mínimo una vez por semana, los actos que perpetran semejantes “machos” irracionales contra sus parejas, por su sola condición de ser mujer. No me considero por encima ni por debajo de cualquier otro colombiano hombre. Sin embargo e indirectamente carga en mi parte de esa culpa deshonrosa originada tal vez por una tradición machista y patriarcal. Al menos una vez por semana aparece en cualquier medio atemperado del montón, o en forma clásica en los de crónica roja, un femicidio, un asesinato de una mujer en manos de su iracundo compañero sentimental.

Entonces retumban en mi cabeza las viejas expresiones machistas y primitivas de aquellos que maculan el género al que pertenezco. Expresiones de ebrios de alcohol y de odio como: “es que a mi que mi mujer me engañe con otro para mi es peor que la muerte”, “si me engaña la mato”, “mi mujer hace lo que yo le ordene porque yo soy su dueño”, etc. Y me parece entonces estar lejos de un ambiente civilizado en la célula de la sociedad como lo es la familia. La cultura popular no contribuye en nada para sanear esta desgracia, antes por el contrario, incentiva y aprueba la represalia del hombre afectado por el comportamiento de su mujer. Para demostrarlo, solo hace falta escuchar algunas de las cientos de cantinelas de cantina que hablan de venganza y de necesidad de satisfacción por la afrenta.

Según cifras del Instituto de Medicina Legal, en el año de 2009 se asesinaron 1235 mujeres de forma violenta. A mi parecer, datos que se quedan cortos con la realidad que se presenta, ya que muchas veces estos casos ni siquiera se registran como originados por violencia intrafamiliar, en las que el principal agresor suele ser el “padre” de familia. A diario y esto no lo miden cifras ni se cita en los medios, una mujer está en peligro de ser lesionada física, psicológica y sexualmente, y también de perder la vida. Estos casos no discriminan condición socioeconómica, raza o credo. No son hechos aislados, siempre han sido parte del pan nuestro de cada día, solo que muchas veces se ignoran o se dan por excepcionales. Ni que hablar de las víctimas del conflicto armado, que tantas mujeres mártires ha originado.

Aun no me cabe en la cabeza el por qué un hombre, en uso de todas (o de las mínimas) de sus facultades mentales, al verse afectado en su amor egoísta y propio, pueda entrar en un estado tal que han denominado de forma casi poética de “ira e intenso dolor”, y que tales emociones lo lleven a perder su concepto moral al punto de acabar de la forma mas brutal la vida del ser con el que tal vez en algún momento juró proteger y amar hasta la eternidad. No lo entiendo y aun no me lo puede explicar completamente la ciencia ni la psicología. Ni tal vez apelando al concepto del mismísimo agresor, que se excusará o justificará en una infidelidad, en un desacato de su “autoridad” o tal vez por el simple hecho de que la victima se atrevió a decirle que no.

Entre todos los tristes casos de los que he tenido conocimiento, sobresalen aquellos en los que se han visto involucrados miembros de la fuerza pública. Estos que además de tener una autoridad que les fue conferida por la ley, pierden los estribos frente a una falta de su pareja a tal punto de cometer actos propios de psicópatas. Con esto no quiero generalizar ni satanizar a ninguna autoridad castrense, pero si me queda en vilo la salud mental de tales individuos, y los procedimientos psicológicos que les permiten portar un arma, con el nivel de estrés que esto conlleva. Debería hacerse una revisión de tales procesos y de los sujetos involucrados para determinar hasta que punto se conserva un nivel emocional equilibrado en estas instituciones.

Esto no es una problemática de ahora. La tradición patriarcal ha sido predominante durante mucho tiempo, solo hasta tiempos recientes se ha reconocido en parte la igualdad de la mujer en algunos planos sociales y culturales. Pero no ha sido suficiente, queda mucho para equilibrar la balanza. A la mujer se le sigue tratando como una propiedad, un objeto que hace parte del mobiliario de una casa. Se le valora por lo que es, una hembra con curvas, pechos y sexo que satisface al hombre, pero muy pocas veces se le mira como igual, como una humana que siente y sufre, que guarda en su vientre el misterio de la vida y que tiene mas fuerza que el hombre mas valiente para enfrentar las adversidades. Cuando Freud le achacaba a la mujer una especie de “envidia de pene”, hacía un análisis parcial de género. Ciertamente, es también probable que el hombre tenga “envidia de útero”, por lo menos se reconoce que al no poder concebir la vida en si mismo, tenga que profanar y destruir ese templo, celoso de que otro antes que el venga a tomar propiedad de lo que no es suyo.

Hay que reconocerlo, la ley colombiana es dura, pero dura en impunidad. En mayor grado contra los delitos de lesa humanidad contra la mujer. Se sobreentiende si la decisión respecto a una condena de violencia o femicidio, queda a criterio del juez. Además el hecho se atenúa con las pruebas de que la mujer primero cometió una falta gravísima, como las que supuestamente son desautorizar a un marido tirano, o serle infiel producto que desde hace mucho tiempo este nunca ha vuelto a demostrarle afecto a esta. Toda excusa y justificación es válida para una lesión personal o un asesinato. Ergo, el victimario es la victima y la mujer es la culpable, la bruja hereje.

Mientras nosotros los hombres no reconozcamos la equidad de género y aprendamos a respetar la vida y la libertad de la mujer, mientras aceptemos que nuestras parejas no son una propiedad más, cuando empecemos a desarrollar una masculinidad afectiva basada en el origen mismo de una relación sentimental como lo es proteger y amar a la mujer reconociendo sus derechos, y se empiece a hacer algo para tumbar las siniestras tradiciones patriarcales y machistas de la sociedad, mientras no se haga esto, los hombres seguiremos siendo los verdugos de la mujer, alimentando el monstruo insaciable de la violencia.

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