martes, 27 de abril de 2010

Un profano habla de Chernobyl

Cuando era niño, y recién empezaba a explorar de forma conciente y racional el mundo que me rodeaba, pude desarrollar junto con mis habilidades cognoscitivas, un miedo, un pánico paralizante frente a los fenómenos naturales y artificiales que no podía controlar. Gracias a la televisión, mi fiel compañera de tardes de tedio, pude contemplar la infinidad de desastres producidos por huracanes, terremotos, así como los originados por fallas eléctricas considerables, desastres en plantas refinadoras de petróleo, etc. Ninguna fue tan intimidante, como cuando pude observar los desastres originados por la radiación nuclear. Un desastre reconocido como el peor accidente nuclear de la historia, tendría lugar en la madrugada del 26 de abril de 1986, en plena primavera. Cuando sucedía el desastre de Chernobyl contaba con un año de vida, y me encontraba aparentemente a salvo a miles de kilómetros de distancia del epicentro. Doce años después, seguían hablando del desastre y de las consecuencias que a corto y largo plazo originó, no solo en Ucrania sino en el resto del mundo.

Vuelve y juega la radioactividad en la historia del hombre. Cuando se hace mención a este fenómeno físico de ciertos elementos, siempre se hace una relación con el símbolo de advertencia estándar que previene sobre la exposición a este proceso de la materia. Imaginamos plantas nucleares donde manipulan con extrema precaución tales elementos para producir energía (o en casos inquietantes armas de destrucción masiva) y visualizamos también hombres en trajes especiales, como de astronauta, midiendo con un contador Geiger y el típico crepitar del aparato.

La radiación es mucho más que eso. Viene ligada a la naturaleza del hombre desde siempre y en todo momento estamos expuestos a niveles de radiación desde aparentemente normales a críticamente excesivos. El uso y tratamiento de esta fuente de energía ha sido motivo de análisis desde muchos ámbitos, como en el político y militar, el ambiental, pero sobre todo en lo concerniente a la ética. No hay grupo social por pequeño que sea que no esté involucrado en el tema, sin importar si desconocen totalmente el fenómeno o no. Toda la humanidad es responsable en ciertas proporciones al buen o mal uso que se le dé. Ejemplos nefastos ya los hemos visto en Hiroshima, Nagasaki y en Chernobyl. No es solo un asunto de desarme nuclear, es un asunto de conservación.

La ciencia ficción no ha colaborado mucho para tranquilizarnos al respecto. Las películas y algunas series televisivas han demostrado una aniquilación inminente de la raza humana debido a la energía nuclear. Recuerdo una excelente película de 1964 de Stanley Kubrick llamada “Dr. Strangelove or: How I learned to stop worrying and love the bomb” (Dr. raroamor o cómo aprendía a dejar de preocuparme y amar la bomba), en la que se hacía una parodia-reflexión de la crisis armamentista de la guerra fría. También de la serie de televisión no muy popular de abc, Jericó, en donde un pueblo entero típicamente estadounidense tenía que lidiar con el problema de sobrevivir frente a un ataque nuclear. Ejemplos en los que se lleva el miedo natural del hombre a las fuerzas que no puede controlar fácilmente a extremos apocalípticos. Si bien es cierto que existe un peligro inminente de que caiga en manos equivocadas el control nuclear, también es preocupante la seguridad y protección radiológica en los países donde existen plantas industriales de este tipo.

Chernobyl es un fantasma siniestro que recorre el mundo, aun existen secuelas de ese desastre, que quizás haya producido más victimas que las de Hiroshima y Nagasaki juntas. De hecho, la lluvia radioactiva originada fue 100 veces más poderosa que el efecto de las dos bombas de hidrógeno. El desastre fue inerranable, tanto como si se hubiera abierto una ventana a un infierno. Paradójicamente, uno de los sobrevivientes del hecho, consideraba que el efecto de la explosión fue algo hermoso, lleno de colores vivos y brillantes, para otros un arcoiris de muerte. Lo hermoso contrastaba con las victimas fatales, las enfermedades, el ambiente inhabitable, las secuelas en generaciones futuras, la incertidumbre sobre el inestable estado del reactor dentro de su sarcófago dentro de 30 años. Son situaciones tan inquietantes como el mismo fenómeno.

Ayer se conmemoraban 24 años y contando desde el desastre. Muchos lo ignoran, lo dan por resuelto, consideran que eso no puede pasar en el futuro con toda la tecnología que existe ahora. En los países en vías de desarrollo no hay educación al respecto, está relegado a los expertos y estos a su vez son contados. En Colombia es muy probable que no exista un solo refugio con las condiciones mínimas de protección y conservación de la vida humana frente a este suceso. No hay formas de protegerse frente a un ataque nuclear, frente a un nuevo y peor Chernobyl. Y la paranoia es válida, aun a pesar de los supuestos compromisos por desarme y reducción nuclear, muchos países le apuestan a la industrialización nuclear, entre ellos España, Irán y Venezuela.

Lo malo no es el utilizar este recurso, al fin y al cabo es algo casi tan natural como el combustible fósil o la energía eléctrica. Lo preocupante es que a pesar de que se tiene la tecnología suficiente y un mejor conocimiento de los procesos radioactivos, el ser humano por su misma condición es susceptible de cometer errores, de ahí que hubiese ocurrido lo de Chernobyl. Las máquinas tampoco remplazan al hombre completamente. No se puede dejar el ciento por ciento de control a una máquina que en comparación con el error humano, puede llegar a fallar por malfunción o recarga de información, un nivel de entropía mínimo puede ser fatal. La apreciación ética persiste, solo que no es un tema tan importante como la generación de capital o la seguridad nacional.

Lo que ocurrió en Chernobyl sigue siendo un ejemplo latente de que las cosas pueden llegar a fallar. Es por eso que todo personal involucrado o relacionado directa o indirectamente con la energía nuclear debe reflexionar previamente sobre los antecedentes históricos catastróficos. Deben tener un criterio ético definido puntual a proteger por encima de cualquier propósito científico, político o económico, la vida humana. Observar siempre antes de presionar un botón, que quizás ese simple acto puede comprometer toda la historia de la civilización o el progreso mismo de su nación. Sus decisiones pesan sobre la conciencia humana y sus actos serán en función del resultado del ejercicio del bienestar del hombre.

En mí siempre existirá ese pánico natural y algo paranoico, siempre seré ese niño temeroso que observaba en una caja negra una versión a escala del Apocalipsis. Y los años pasan, pero el fantasma no se ha ido…

A la memoria de las victimas de Chernobyl.

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